
No ha sido un mal año 2021, pero tampoco bueno, pues ha aglutinado una simbiosis de alegrías y desgracias sociales que nos han hecho avanzar, pero también dudar y desconfiar.
Distintas circunstancias han marcado estos trescientos sesenta y cinco días
La primera es la pandemia, esta pandemia de COVID, que se une a los cientos de enfermedades contagiosas que han sufrido nuestros ancestros a lo largo de los siglos y que, a diferencia de ellas, nunca esperamos ni sospechamos que llegara al nuestro. Estábamos instalados en los avances vertiginosos de la tecnología y en el control instantáneo de las enfermedades corrientes, y el Covid se ha saltado la estadística, matando entre 60.000 y 80.000 personas en España y, hasta ahora, a más de 5.000.000 en el mundo. Sin embargo, la respuesta de esa investigación y desarrollo tecnológico aplicado a la sanidad ha resultado espectacular en el proceso de vacunación, cuando se la ha financiado suficientemente, al inventar distintas vacunas contra esta plaga, como lo ha sido también la prisa por vacunarse de la mayoría de la población.
También nos ha marcado la rendición del pueblo de Afganistán a ciertos talibanes en pleno agosto, destrozando las ilusiones en una realidad tolerante y, en especial, encerrando a las mujeres en sus casas e impidiéndoles trabajar, hablar o disentir. Occidente claudicó este verano en la ayuda humanitaria o apoyo militar a un cierto gobierno social del país, como había ido claudicando año a año en escaramuzas bélicas perdidas. Nadie quiere seguir participando en una guerra contra estos talibanes y la pobreza y la represión se van haciendo con ese país.
La erupción del volcán de La isla de La Palma nos ha dado idea de la fuerza indomable de la naturaleza, capaz de desbordarse y quemar las viviendas de miles de personas junto con sus recuerdos más íntimos y queridos. Esta tragedia ha auspiciado la generosidad de muchas personas y confiamos en que también la de los servicios sociales para realojar, alimentar, consolar y ofrecer nuevos empleos a las familias que lo han perdido todo.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, elegido en noviembre de 2020, ha entrado este año en el gobierno, sustituyendo a Donald Trump y esto sitúa a su nación y al mundo en un momento de estabilidad política que agradecemos, independientemente de problemas económicos o sanitarios.
La escasez de materias primas asiáticas está provocando una inflación y un inquietante desabastecimiento de productos indispensables para la industria. Los costes de transporte y de energía: electricidad, agua, gas, petróleo, están subiendo de manera alarmante y los gobiernos buscan con desesperación un alivio en este sentido que tarda en llegar, ya que la apuesta por atemperar el cambio climático de nuestro planeta es una baza imposible de descartar.
El empleo ha subido de manera notable en todo el mundo, en especial el de las mujeres y los jóvenes. Incluso los contratos indefinidos se han incrementado y la economía ha rebotado desde el paro generalizado del 2020, con sectores básicos hundidos entonces como la hostelería, la aviación o el turismo, que han resurgido de sus cenizas hasta niveles mejores que los de antes de la pandemia.
La población en edad de trabajar ha reflexionado sobre sus antiguos empleos y las posibilidades de continuar en el mismo o renovarse. Se ha reinventado. Ha buscado empleo en sectores que dos años antes ni siquiera hubiera imaginado que existían o que podían ser el suyo. Se ha comportado de forma resiliente, adoptando el teletrabajo, renunciando a salarios anteriores, formándose de manera telemática en cursos prácticos y teóricos y sacando punta a los encuentros virtuales, que han potenciado profesiones como el comercio, la psicología, la emisión de series televisivas o la educación.
También en 2021 hemos afianzado costumbres en nuestro modo de vivir.
La rutina de sentarnos a tomar algo en una terraza con amigos o familiares se ha convertido en pasión. Así, nuestros bares y restaurantes aparecen llenos continuamente de gente que quiere disfrutar de la compañía y de la calle casi tanto como de la buena mesa, tras los meses de confinamiento y miedo al virus mortal, que no han acabado tampoco.
Desconfiamos del futuro inmediato, pues las noticias se contradicen en los medios de difusión, sobre el peligro, de nuevo creciente de la pandemia y más en estos días de fin de año y Reyes donde tantas familias se juntan para festejar. Tenemos también miedo de los compromisos personales que podamos acometer por la falta de seguridad en el empleo.
Las personas vulnerables por enfermedad o falta de recursos aumentan sin cesar a nuestro alrededor, debido al aumento de la esperanza de vida, a la soledad galopante y al miedo por el futuro. La solidaridad, la justicia social y la tecnología tienen que aliarse para proporcionar un techo digno a las personas que viven en la calle, con todos los peligros que ello conlleva, para erradicar la pobreza energética y de alimentos básicos, para dar una solución médica y social al aumento de enfermedades mentales y para mejorar la existencia de todos los dependientes: niños, mayores, enfermos y discapacitados.
Pantallas y más pantallas inundan el mundo
Nuestra vida está muy mediatizada por las pantallas: la del móvil, la del ordenador, la del televisor, en detrimento de la conversación con nuestra pareja y amigos, en detrimento de las visitas, la lectura y el paseo, tan reconfortantes para nuestro corazón. El trabajo se ha digitalizado absolutamente y eso nos empeora la vista y nos hace padecer de la columna vertebral. El ocio también ha magnificado su despliegue de pantallas, de luces, de sonido a todo volumen. Todo ello nos encierra más en nosotros mismos y nos hace preferir comunicarnos por las redes sociales antes que de palabra o presencialmente.
La mitad de la población, las mujeres, avanzamos en igualdad de forma pausada pero firme. Arrastramos como sociedad todas las costumbres del mundo: las que nos hacen progresar, como el ansia por la formación, por la libertad sexual, por la práctica deportiva, por la mejora en el empleo, y las que nos degradan, como la violencia familiar y de género, la pornografía generalizada, el acoso de jefes y compañeros o la violación. El maremágnum de situaciones a veces nos nubla el camino, pero las mujeres miramos con confianza el futuro, donde vamos a seguir luchando por nuestro lugar en el mundo.
El deseo de maternidad choca con la precariedad del empleo femenino, con la falta de ayuda a las familias y con los horarios de trabajo. Los divorcios distorsionan por completo la economía individual y también lo hace el hecho de tener hijos con alguna enfermedad recurrente, grave o con alguna discapacidad. Los gobiernos lo saben.
Nuestra sociedad progresaría de forma adecuada y generalizada si el porcentaje de científicas e ingenieras, también el de rectoras, notarias, banqueras, futbolistas de renombre o empresarias llegara al cincuenta, así que el esfuerzo a realizar persiste, en medio de lacras tan duras como la hipersexualización de los mensajes, canciones y bailes de éxito, la competitividad exagerada por un puesto de trabajo, la fama conseguida en las redes sociales o el aumento de la prostitución en nuestro país.
Estamos aparcando los problemas del comercio de drogas, que tantas vidas costó hace treinta años y que no remite, y los de la integración de los emigrantes y refugiados, otro de los movimientos que no decae en el mundo. Todos podemos ser emigrantes en un momento dado, debido a las guerras, las dictaduras, la sequía. Somos, históricamente, tierra de acogida en España y el turismo es uno de nuestros baluartes. Así que sabemos bien cómo tratar y respetar a los extranjeros. El avance de la extrema derecha en Europa no puede hacernos partícipes de su particular odio a los migrantes, en especial si son menores de edad, protegidos en nuestro sistema legal.
El implacable cambio climático es un asunto que este año, sumido en la pandemia, no hemos priorizado, y que es aún más importante que ésta, por cuanto afecta a las generaciones futuras y a todas las especies del planeta. Los acuerdos de Glasgow, son insuficientes y hace falta más valentía y más inversión en ciencia y en ingeniería que contribuya a remediar los males ocasionados y a evitar los futuros
Retos de 2022
Las inquietudes comunitarias del nuevo año pasan, unánimemente, por la erradicación de la pandemia en todo el mundo, por la lucha contra la degradación de nuestro planeta, y el crecimiento económico.
El golpe al progreso, al disfrute con otras personas de la cultura y a la vida despreocupada ha sido demasiado fuerte en estos últimos meses y añoraremos la vida sin mascarilla y la posibilidad de viajar a cualquier parte del mundo sin restricciones.
Por otra parte, la mejora en el empleo por el aumento reciente del salario mínimo, el incremento de empleo y la baja de la reforma laboral de 2012 ayudarán a subir las cotizaciones de la seguridad social y la iniciativa empresarial. Este refuerzo al mundo del trabajo, unido a la robotización nos permiten confiar en nuestros compatriotas, especialmente en los jóvenes, los encargados de continuar sosteniendo el país.
No decae la necesidad de ampliar el número de nacimientos en España y de amparar a las familias con incentivos sociales, que ayuden a la conciliación laboral y familiar, así como al equitativo reparto de tareas domésticas entre sexos.
Nuestra confianza en la Unión Europea, tradicionalmente muy alta, ha de reforzar los principios de paz y progreso que inspiran la unión y afianzar la integración de los migrantes, pues el viaje hacia países donde haya expectativas de empleo es una corriente natural imposible de detener, que mejora la vida de las sociedades que los reciben, al ocupar empleos que los nacionales no desempeñan.
La robotización se irá imponiendo en todos los sectores económicos como se impuso el maquinismo en el siglo XIX: aprovechando que no aporta costes de personal y que realiza labores monótonas y repetitivas durante las 24 horas no solo en la producción industrial, sino en la vigilancia, la hostelería, la limpieza, las exploraciones peligrosas y la medicina.
La edición de libros, el visionado de series televisivas y el uso exponencial de las reuniones por videollamada darán en el próximo año una ayuda muy importante al sector de las comunicaciones y la información, así como a las ventas online, lo que seguirá transformando el comercio, donde el mostrador y el papel van desapareciendo, digitalizando la formación en todas sus variantes, y la captación de clientes a través de catálogos visuales de todo tipo de productos, como moda, vivienda o finanzas.
El turismo y la sanidad son dos sectores cuya importancia se ha agrandado por los beneficios a la población, anhelante de atajar la enfermedad y de viajar a todas partes de nuestro planeta, necesidades y anhelos que hemos reconocido de vital importancia.
Para afrontar los nuevos retos y solucionar los problemas soportados es necesario seguir aumentando nuestra capacidad de colaboración y de equilibrio. No vamos a ningún sitio solo lamentando errores. La duda es sana. El futuro no está escrito. 2022 va a ser un buen año.