
La urbe que nunca duerme, la capital del país, donde nadie es extranjero. Vayamos hoy a su casco histórico y contemplemos algunos edificios singulares.
Nos situamos en su avenida más principal y céntrica: la Gran Vía. Comienza esta en la calle Alcalá y termina en la Plaza de España. Se construyó a principios del siglo XX y enlaza el este y oeste de la ciudad. Sus tiendas de moda, hoteles y terrazas merecen un largo paseo contemplando escaparates y personas variadas y alegres.
Entramos seguidamente en la calle Virgen de Los Peligros, que conformaba el límite del Madrid medieval, la antigua cerca de Felipe II, y albergaba en tiempos un convento de monjas bernardas, donde se veneraba cierta imagen de la Virgen de Los Peligros. En esta calle se ubican la Casa de Los Portugueses y el edificio de la Unión y el Fénix.
Desembocamos en el Congreso de Los Diputados, La Cámara Baja de Las Cortes Generales, construida por orden de Isabel II y plasmación de la democracia.
Plantémonos ahora en la Puerta del Sol, donde se encuentra el Kilómetro 0 de las carreteras españolas, la Casa de Correos y el reloj de su torre, construido en el siglo XIX, cuyas campanadas de las 12 de la noche de cada 31 de diciembre marcan la tradicional toma de las doce uvas a una gran mayoría de españoles. Los madrileños se congregan en esta plaza para todo tipo de conmemoraciones políticas y sociales, ya sean reivindicaciones, fiestas, conciertos o recibimientos de campeones.
En Casa Labra, a espaldas de la Puerta del Sol, en la calle Tetuán, 12, se halla una taberna centenaria, donde la especialidad es el bacalao, pescado muy consumido en la ciudad en siglos anteriores, en los que llegaba en salazón, dentro de barcos procedentes del Atlántico.
La iglesia de San Ginés, ancestral, reparte sus fachadas entre la calle del Arenal y la calle Bordadores. Se ubica en el corazón de la urbe, plagado de calles y casas antiguas, con establecimientos peculiares, tanto históricos como de restauración.
La calle Montera, entre la Puerta del Sol y la Red de San Luis, alberga el Pasaje del Comercio, sobre una cuesta esplendorosa, con establecimientos hosteleros en ambas aceras.
El Ateneo, en la calle del Prado, 21, es una institución cultural de raigambre, creada en 1835, que día a día ofrece charlas de corte social, político, psicológico y literario, impartidas por científicos, escritores y políticos renombrados.
El Museo del Prado, en Calle Ruiz de Alarcón, 23, constituye la joya artística de Madrid, pues ofrece las mejores muestras de la escuela española de pintura y escultura, destacando las obras de El Greco, Velázquez, Goya, Rubens,Tiziano y El Bosco.
El Cristo de Medinaceli, en Plaza Jesús, 2, se encuentra en la basílica del mismo nombre. Todos los viernes del año, y en particular el primero de marzo, ofrece un multitudinario besapiés al Cristo, al que acuden muchísimos devotos.
En el número 5 de la Plaza Lealtad encontramos el hotel Ritz, de alto standing, inaugurado en 1910 por Alfonso XIII. A principios del siglo XX era habitual entre la aristocracia española beber en este hotel como merienda chocolate caliente. Pronto se inició la costumbre alternativa de tomar té por las tardes, con baile de foxtrot después. El hotel fue hospital de sangre durante la guerra civil de 1936 y en épocas posteriores sirvió de alojamiento a ilustres huéspedes. Ha sido reformado recientemente y se llama ahora Hotel Mandarín Oriental Ritz.
Saltemos a la calle Reina Victoria, que alberga firmes edificios de principios del siglo XX y el hospital San José y Santa Adela, construido en 1916 bajo el patrocinio del rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, impulsora del mismo y de hospitales de campaña en las guerras del Rif en Marruecos.
Nace la calle anterior en la Glorieta de Cuatro Caminos, donde hallamos grandes bloques de viviendas y tiendas, así como la desembocadura de distintas líneas de autobús y metro, que conectan el centro y el norte de la ciudad.
La calle Santa Engracia enlaza Cuatro Caminos con el barrio de Chamberí, uno de los más castizos de Madrid, famoso hace un siglo por sus verbenas y bailes de chotis, su horchata, leche merengada y frituras, así como por la alegría de sus gentes.
La calle de Los Artistas tuvo una Escuela de artistas en los años veinte, y dio nombre a su zona, rodeada de tabernas y cafeterías, oficinas bancarias y establecimientos de pequeño comercio con solera.
El Palacio Real se ubica en los primeros números de la calle Bailén. Fue la vivienda oficial de la familia real hasta que abdicó Alfonso XIII en 1931. Se utiliza como sede de recepciones y banquetes oficiales con grandes dignatarios. El palacio es un edificio sublime, rodeado por los jardines de Sabatini, al norte, de los que celebramos el tercer centenario y que pertenecen al propio palacio; la plaza de Armas y la catedral de La Almudena, al sur; la plaza de Oriente al este, contradictoriamente, y el Campo del Moro al oeste.
Propongo varias jornadas de paseo por estos barrios y calles señalados de la ciudad, donde los establecimientos y en especial los tipos humanos son aún más importantes que los edificios históricos. En Madrid es proverbial la amabilidad de su gente, proveniente de los cuatro puntos cardinales de España y de infinidad de países del mundo, así como su luz.
La urbe siempre ha recibido compatriotas deseos de encontrar un empleo, una recomendación o un patrocinio para su obra de arte o su libro, pero también forasteros con ansia de disfrutar de una buena comida o un excelente espectáculo musical, circense, literario o deportivo. El paisaje humano madrileño, por tanto, es una aportación inmensa a la inteligencia y a la buena vecindad.
La emigración masiva del campo a la ciudad de los años sesenta del siglo pasado, la proliferación de hoteles para todos los bolsillos, la cuidada oferta cultural, las instalaciones de la Feria de Madrid para congresos turísticos, el programa universitario Erasmus y la afluencia de emigrantes extranjeros desde principios del siglo XXI han conformado una ciudad abierta, cosmopolita, diversa y multicultural.
El cielo azul acompaña siempre a todos ellos, así como el clima benigno y el sol, sacando brillo a plazas, aceras y torres. El volumen de arbolado es enorme, destacando también la accidentadísima orografía y las vistas a la montaña, que confieren un paisaje natural envidiable. Contemplar el crepúsculo desde el Parque del Oeste, ver amanecer en el Estanque del Retiro o apreciar en mayo la multitud de variedades florales en la Rosaleda son espectáculos conmovedores.
Una visita al Museo del Prado nos situará en el Madrid monumental del siglo XVIII y nos mostrará Atocha, el Paseo de Recoletos, en resumen, el Paseo del Arte, que se extiende sobre un bulevar lleno de fuentes, bancos y jardines. Llegaremos después al cogollo urbano y residencia del gobierno autonómico en la Puerta del Sol. Será entonces imprescindible degustar las raciones típicas de patatas bravas, bocadillos de calamares y chocolate con churros, pero también el cocido o las exquisiteces culinarias de la Plaza Mayor y los restaurantes de la Cava Baja.
La variada gastronomía que ofrece Madrid, puerto de todas las Españas y nacionalidades del mundo, permite elegir platos veganos, típicos, innovadores, elaborados, sencillos y tanto orientales como occidentales. Los horarios de comida son muy amplios y entre ellos siempre hay sitio para tomar cerveza o café en las innumerables terrazas, que se han multiplicado en los últimos tiempos. Sentarse en cualquiera de ellas es una de las actividades preferidas de sus habitantes y visitantes, como puede comprobarse fácilmente.
Otro día podemos visitar el distrito de Tetuán, tan popular y variopinto. El mercado de Maravillas en la calle Bravo Murillo, 122, es una excelente exposición de pequeños puestos de alimentos de primera calidad, muy frescos y variados. El vértice norte de esta calle, la Plaza de Castilla, nos introduce en una vía, la Castellana, amplia y moderna, dedicada a empresas financieras, cuajada de bulevares y vegetación, sede de ministerios e instituciones oficiales, embajadas y museos.
No dejemos de acudir al Palacio de La Ópera, frente al Palacio Real, que presenta prestigiosos conciertos, muy cercano al Senado y a la Plaza de España, en un ambiente histórico y moderno, que combina bares glamourosos con iglesias. Porque Madrid es una ciudad sembrada de templos católicos. Las parroquias eran el término administrativo primigenio desde su conquista a los musulmanes en 1085, y la población creció alrededor de las mismas, empleándose en el servicio a la corte, tan numerosa, pues albergó un Imperio donde no se ponía el sol, y también en el culto a sus advocaciones religiosas.
Las noches de ocio las podemos dedicar al teatro, ese espectáculo que lleva triunfando en Madrid quinientos años y que ha dado a la literatura prestigiosos dramas y comedias. Los musicales tienen gran éxito, pero también los espectáculos dramatizados en pequeños locales, los tablaos flamencos y desde luego las discotecas.
Existen, por otra parte, numerosas bibliotecas en Madrid, destacando las autonómicas y municipales (una de cada por distrito), con multitud de ofertas en libros, vídeos, películas y discos, Otros templos de la lectura, como las librerías, podemos verlos diseminados por la ciudad, mostrando al mundo la fuerza de la palabra escrita en español, cuyos dos buenos ejemplos son la Feria del Libro y la del libro usado, que se ubica siempre en la Cuesta de Moyano, junto al Jardín Botánico.
Un recorrido por los alrededores del estadio Santiago Bernabéu, del Real Madrid, es una magnífica opción. Como también pasear admirando el Wanda, del Atlético de Madrid. Ambos equipos están presentes en las ligas futbolísticas española y europea cada temporada y sus partidos generan cuantiosos beneficios a la hostelería de la ciudad.
Madrid es, además, la capital de las compras. Existen en ella decenas de hipermercados, de supermercados y de tiendas singulares: guitarrerías, alpargaterías, locales esotéricos, librerías de viajes insólitos, que hacen las delicias de especialistas y buscadores de productos únicos. Al ser la capital de España, las comunicaciones con las distintas ciudades y pueblos de la nación, organizadas de forma radial en carretera y ferrocarril, son muy efectivas y llegan a ella productos de primera necesidad y de lujo a partes iguales, así que la ciudad es un escaparate comercial de moda, electrónica, vehículos y alimentos, entre otros artículos.
De entre los parques más emblemáticos de la ciudad tenemos que visitar El Retiro, el parque del Oeste, la Casa de Campo, el parque Juan Carlos I, el del Capricho, el Quinta de la Fuente del Berro, el de Tierno Galván, el de Felipe VI y Madrid Río, que acompaña al Manzanares en su suave fluir por el oeste de la ciudad, en las terrazas milenarias que poblaron los dinosaurios y donde, antaño, las lavanderas se dejaron las manos restregando la ropa. Desde luego, es preciso visitar el Monte de El Pardo, reserva natural de encinas, jabalíes y conejos, y su palacio real.
Vayamos ahora a los miradores de la ciudad, situados en la cima de sus torres: el Faro de La Moncloa, el mirador de la Cornisa de Palacio, el de Cibeles, sobre las oficinas del Ayuntamiento, el del Círculo de Bellas Artes, el del monumento a Alfonso XII en el Estanque del Retiro, y el del hotel Riu en la plaza de España. Desde ellos la panorámica de Madrid con sus tejados rojos y sus calles retorcidas, con sus cúpulas de iglesias salpicando las manzanas de casas es espectacular, sin olvidar las mesas de bares en los áticos que miran a la sierra de Guadarrama, deslumbrando en tonos azules y rosados la tarde que declina.
Por muchas de las calles mencionadas, soñaron y gozaron en los años treinta distintos personajes de mi novela El retablo, escrita con toda la pasión a esta ciudad, retratada por Velázquez y por Goya, antesala del cielo.